
VOCES MARISTAS
La relevancia de la presencia
en el liderazgo marista
H. Ernesto Sánchez Barba Superior General |
La presencia, el ejemplo y el amor son elementos claves de nuestro estilo educativo. (C. 52)
Contaba con seis años cuando ingresé al colegio marista en la ciudad de Guadalajara. Me viene con frecuencia a la mente el director de la escuela primaria, presente en la entrada, sonriendo, saludándonos, tantas veces llamándonos por nuestro nombre. La misma persona que, pocos minutos después, en el momento de iniciar las clases, se ponía de pie frente a los cientos de alumnos, bien formados y en silencio, para decir unas palabras de ánimo, hacer una oración o darnos algunos avisos. Sin duda que la presencia y cercanía de cada maestro o maestra era importante para nosotros, pero cuánto más cuando se trataba del director. A esa edad era difícil imaginar el gran trabajo que implicaba ser líder de un colegio con tantos alumnos, pero sí éramos capaces de sentir los gestos fraternos y de proximidad que se combinaban con el respeto que sentíamos hacia la autoridad.
Seguramente, en más de alguna ocasión, nuestros exalumnos nos han hecho notar o recordar alguna anécdota o detalle que tuvimos hacia ellos. Es interesante caer en la cuenta de que, aunque nosotros no lo recordemos o no fuéramos conscientes de ello, ese detalle fue muy significativo para esas personas. En el estilo marista de liderazgo, la presencia es de una importancia clave. Yo diría esencial. Es una de las características que nos ha marcado desde los orígenes de nuestro Instituto.
Tenemos presente el momento histórico en el que el P. Champagnat, tras pocos meses de encontrarse en su primer destino ministerial, en La Valla, iniciaba nuestro Instituto en 1817. Podemos imaginar a este joven sacerdote de 27 años, ejerciendo su servicio sacerdotal en una extensa Parroquia y, a la vez, acogiendo y acompañando a los primeros maristas en la casa de La Valla. En cierto momento, Marcelino reconoce que, además de absorberle mucho tiempo la animación de la casa de los hermanos con quienes pasaba los recreos y los ratos que le permitían las tareas de su ministerio, no era suficiente para acompañar esta comunidad naciente de religiosos educadores. De ahí que, movido por el gran afecto que sentía por sus hermanos y por la necesidad de hacerse más presente para acompañarlos, determina ir a vivir con ellos. Cuando se lo manifestó al señor cura párroco, este no escatimó esfuerzos para disuadirlo… Marcelino era consciente de que al vivir en comunidad tendría que soportar la pobreza, las privaciones y los sacrificios inherentes a la vida religiosa y esto era precisamente lo que más le impulsaba a vivir con ellos. Sabía que al hacerse uno más entre ellos, practicando primero él lo que les decía, era el mejor medio para encariñarlos con su vocación. Así que, obtenida la autorización, dejó la casa parroquial para establecerse con los hermanos (Furet, 1989).
Esta acción de nuestro Fundador nos ha marcado desde los inicios. Hemos heredado un estilo de liderazgo que, antes que pensar en sí mismo, pensaba primero en el proyecto que Dios le dictaba en su corazón y en las personas y su cuidado. Este joven sacerdote nos dejó una de las mejores herencias: la presencia de una autoridad al servicio de los demás. Sin duda, un reflejo claro de lo que él mismo vivía en su interior como experiencia de Dios, que puso su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14).
La presencia, una de las características de nuestro estilo educativo marista
A través de nuestra vida y presencia, los jóvenes, sus familias y las comunidades a las que pertenecen, se dan cuenta de que son amados personalmente por Dios.
(C 4)
En el documento Misión Educativa Marista (MEM)se mencionan las características particulares de nuestro estilo educativo: presencia, sencillez, espíritu de familia, amor al trabajo y seguir el modelo de María.(n. 98)
El texto presenta una explicación sencilla y completa sobre la presencia: “educamos, sobre todo, haciéndonos presentes a los jóvenes, demostrando que nos preocupamos por ellos personalmente” (MEM, n. 99);“procuramos acercarnos a las vidas de los jóvenes… en la labor escolar nos preocupamos de prolongar nuestra presencia, a través de actividades de tiempo libre, ocio, deporte y cultura, o cualesquiera otros medios” (MEM, n. 100); presencia que “no significa una vigilancia obsesiva ni un ‘dejar hacer’ negligente” (MEM, n. 101); presencia que es preventiva, ofrece consejo y atención prudente, buscamos ser firmes y exigentes de una manera respetuosa y nos mostramos optimistas e interesados en su crecimiento humano (MEM, n. 101); “a través de nuestra presencia atenta y acogedora, caracterizada por la escucha y el diálogo, nos ganamos la confianza de los jóvenes y promovemos entre ellos una actitud abierta” (MEM, n. 102).
La Regla de Vida de los Hermanos Maristas (RV), titulada Donde tú vayas(2021), se expresa así sobre la pedagogía de la presencia:
Sal al encuentro de los niños y jóvenes allí donde están.
Acércate, interésate por sus vidas y acógelos en la tuya. Acompaña sus búsquedas, alegrías y sufrimientos.
Sé verdaderamente hermano para ellos:
humano, cercano y asequible.
Tu presencia acogedora favorecerá su confianza, creando un clima adecuado
para el diálogo educativo y para su crecimiento integral. (n.85)
Nuestras Constituciones(2021) expresan un matiz importante con relación a la presencia: “A través de nuestra vida y presencia, los jóvenes, sus familias y las comunidades a las que pertenecen, se dan cuenta de que son amados personalmente por Dios” (n. 4). Estamos invitados a ser una presencia que testimonia y favorece el encuentro con Dios.
La presencia entre los jóvenes nos permite conectar mejor con los ideales e inquietudes propios de su generación y favorece una relación cercana y respetuosa. Se trata de una presencia acogedora que busca su crecimiento y su protagonismo. Una presencia que los empodera, haciendo surgir lo mejor de cada uno. Cuánto favorece a las personas una palabra de agradecimiento o de reconocimiento, sobre todo si viene de parte del líder.
A lo largo de nuestra historia marista, la pedagogía de la presencia se ha asimilado y profundizado por parte de los educadores y de quienes prestan un servicio de liderazgo. Es uno de los elementos distintivos de nuestro espíritu marista y nuestro actuar educativo. Una tradición que recibimos en escritos y reflexiones, pero sobre todo a través de los testimonios de hermanos y laicos que nos la han transmitido desde la experiencia y que nos animan a vivirla.
Presencia y liderazgo
Para ofrecer tu servicio en la misión de Dios, sólo necesitas ponerte el delantal de la hermandad que es tu ornamento específico en la liturgia de la vida.
(RV, 70)
El XXII Capítulo general, realizado en 2017 en Río Negro, Colombia, nos invitaba a asumir un liderazgo profético y servidor, que acompaña de manera cercana la vida y la misión maristas (Documento del XXII Capítulo general) y sugería fomentar la cercanía y el acompañamiento directo de las personas a todos los niveles.
Durante el Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, en octubre de 2018, percibí claramente en la persona del papa Francisco algunos rasgos importantes sobre la presencia de un líder. Recuerdo el primer día de reuniones de la Asamblea en que, sorpresivamente para mí y seguramente para tantos más, el papa Francisco se encontraba junto a la
puerta para acoger y saludar personalmente a cada uno de los participantes: un breve saludo de mano, sonriendo, preguntando a cada uno quién era y de dónde venía (se incluía la foto del recuerdo, por supuesto). Y esto no sucedió sólo el primer día, sino que cuando había asamblea general, el Papa estaba presente a la entrada del vestíbulo, disponible para saludar, para charlar un momentito, y lo mismo sucedía durante los recesos de la mañana o de la tarde en el gran pasillo donde tomábamos el café. También era impresionante verlo interactuar con los cuarenta jóvenes participantes en el sínodo: charlaba, los escuchaba, bromeaba con ellos, les permitía hacer “selfis” sonriendo. A la vez los desafiaba y motivaba a participar activamente, animándolos a ser ellos mismos y a expresarse con claridad.
En las sesiones de la asamblea sinodal, se trataba de escuchar a cada uno de los participantes durante 4 minutos (conviene recordar que éramos más de 280 participantes, de ahí la limitación de tiempo). El Papa tenía a mano el texto de cada intervención, escuchaba, leía, se le veía atento en todo momento. Puedo decir que algunas mañanas o tardes se hacían pesadas ante la escucha de tantas intervenciones y tan seguidas (y menos mal que el Papa indicó que hubiera tres minutos de silencio después de cada cinco intervenciones). En una de las ocasiones que conversé informalmente con el Papa le pregunté, entre otras cosas, si no se le hacía pesado escuchar tantas y tan diversas intervenciones durante varias horas seguidas en el día. Y me respondió con sencillez: “No, para nada, me interesa mucho escuchar los pensamientos y lo que sucede en tantas partes del mundo tan diversas”. Fue interesante constatar su energía, disposición y atención.
Con estas anécdotas deseo hacer notar cómo un líder, como el papa Francisco, se hacía presente a través de los gestos de cercanía y de una escucha atenta. A la vez, en los momentos formales de intervención era impresionante oír su voz profética, directa y desafiadora. Un claro ejemplo de un liderazgo profético y servidor que se ha hecho evidente a lo largo de su pontificado.
Al inicio, dije que las actitudes de Marcelino eran, sin duda, un reflejo claro de lo que él mismo vivía en su interior como experiencia de Dios, que “puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). Si miramos a Jesús y las diversas formas en que su presencia se manifiesta en el Evangelio podemos considerarlas como una referencia para nuestro liderazgo. Se hacía presente entre las personas, con gestos concretos de acogida y cercanía: se compadece del leproso, tocándolo con su mano y curándolo (Mc 1,40); se acerca a la suegra de Simón, que estaba en cama y con fiebre, la toma de la mano y la levanta (Mc 1,30-31); junto al pozo de Jacob, dialoga con la Samaritana (Jn 4, 1-39); deja que los niños se acerquen a Él (cf. Mt 19, 13); en casa de Mateo se sientan a la mesa Él y sus discípulos con publicanos y pecadores (Mt 9,10); en el pasaje de la tempestad calmada invita a tener fe y a no tener miedo (Mt 4, 40). Sabemos del tiempo que pasaba con sus discípulos, presente entre ellos como el que sirve (Lc 22,27). Al terminar de lavar los pies a sus discípulos, dice: Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros (Jn 13,15). El liderazgo de Jesús y su manera de hacerse presente es una referencia continua para quienes están llamados al servicio de la autoridad.
El liderazgo marista, basado en el liderazgo cristiano, se manifiesta como una presencia servidora, que cuida las relaciones con los demás, a partir de la escucha y de la comprensión de las diversas realidades, poniendo siempre a la persona por delante. Es tal vez lo que personalmente hemos experimentado en nuestra propia relación con Jesús, sintiendo tantas veces su presencia cercana y compasiva, particularmente en los momentos difíciles.
Ser presencia significativa
(Marcelino) se arremangó la sotana y, con determinación, cortó la roca y edificó la casa del Hermitage. Fue un líder tierno sin dejar de ser recto, firme y ecuánime.
(RV, 84)
Como he expresado antes, contamos con una rica tradición marista relacionada con el tema de la pedagogía de la presencia. Es una práctica que podemos seguir profundizando y enriqueciendo a partir de nuestra experiencia y reflexión.
En nuestras relaciones con los demás, compartimos los valores no tanto por lo que decimos o hacemos sino sobre todo por lo que somos. Nuestra presencia, por medio de nuestras actitudes, aporta en sí misma todo un mensaje. En determinado evento o situación, ante una ocasión de importancia, o bien en un contexto difícil que pide solidaridad, la sola presencia del líder habla por sí misma.
La presencia se describe mediante el lenguaje especialmente con el verbo “estar”. “La etimología del verbo “estar” viene del latín y equivale al “in stare”, es decir el “estar ahí”, pero estar ahí de forma significativa. El acto por el cual se concreta la presencia de alguien o de algo es la manifestación de lo que es. (Martínez, 2014, p. 98)
En eventos y acontecimientos, se escuchan expresiones con referencia al líder, tales como: “mira, ha venido” o “qué gusto que se haya dado tiempo para estar con nosotros”. O bien, cuando no es posible contar con su presencia: “nos hubiera gustado que asistiera”. Expresiones como estas reflejan parte de la importancia de sentir la presencia del líder.
Además de momentos o eventos importantes, se trata de hacerse presentes y mostrarse cercanos con quien está enfermo o en dificultad, tiempos de crisis personales o ante situaciones de pérdida de algún ser querido. O bien, pasar de vez en cuando el tiempo informalmente entre las personas que trabajan con nosotros y entre los jóvenes. Hay tantas maneras de ejercer la presencia, aun cuando no se pueda estar presente físicamente: una llamada telefónica, un mensaje escrito de saludo o felicitación, un regalo, un saludo a través de un mensaje de voz o de un breve video. El mundo digital nos permite hoy muchas maneras de hacernos presentes. El tiempo de la pandemia ha favorecido el uso de los medios digitales para
comunicarnos y sentirnos más cercanos. Estos medios ayudan a aproximar las distancias y facilitan la presencia del líder.
Hacemos notar que también se nota cuando alguien, estando presente, se percibe ausente…
…se puede experimentar al mismo tiempo la presencia y la ausencia, aunque con distinto alcance. No siempre estamos en lo que estamos. No siempre vivimos en el momento presente; hay muchos momentos en la vida en los que se vive preocupado y amarrado por el pasado o ansioso, o arrastrado por el futuro. Es decir que se vive ausente ya que la presencia está vinculada al presente. (Martínez, 2014, p. 98)
Cada vez es mayor el número de ideas y estímulos que nos rodea, incluido el mundo digital. Son situaciones que nos sacan fácilmente del momento presente y no nos permiten poner el máximo de nuestra atención.
La calidad de presencia que se espera de un líder es aquella que anima y motiva, que suscita lo mejor de cada persona y reconoce con agradecimiento los esfuerzos y acciones de los demás. Es una presencia atenta y sensible a las maneras de ser y a las culturas, que muestra acogida, respeto y valoración. “Son importantes los gestos, la sonrisa, el lenguaje, los signos de afecto, pero, sobre todo, es determinante la luz y la ternura que brotan del interior” (Bocos Merino, 2016, p. 71). Presencia, tiempo y cordialidad son tres dinamismos que se interrelacionan y cualifican el liderazgo en la vida religiosa. Son exponentes de comunión, de dedicación y de talante en la ayuda a las personas en su vida y misión (Bocos Merino, 2016).
Comenzando por las actitudes que reflejamos, es bueno mirar si son de paz y armonía o bien si transmitimos distracción, preocupación o incluso ansiedad. En el momento de escuchar, ser capaces de dejar de lado pensamientos, emociones o preocupaciones, para ofrecer una escucha atenta, cordial y empática. Este ejercicio no siempre es fácil. Es necesario ser conscientes de nuestro propio estado de ánimo y, a la vez, poner las propias antenas de recepción en máxima atención para escuchar, acoger y ofrecer una retroalimentación eficaz.
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La relevancia de la presencia en el liderazgo marista
H. Ernesto Sánchez Barba
Superior general
(SEGUNDA PARTE)
La importancia del contacto consigo mismo... para poder contactar con los demás
Descubre el valor del silencio y de la interioridad.
Te ayudarán a profundizar en la intimidad con Dios y en el amor auténtico hacia tus hermanos y hermanas.
(RV, 58)
Para vivir la presencia de manera significativa es importante que el líder se ejercite continuamente en la interioridad, en la toma de conciencia del momento presente. Contamos hoy con una amplia gama de apoyos para hacer camino en esta línea. Se trata de vivir la interioridad, que va de la mano con el crecimiento espiritual. Ser capaces de estar realmente presentes, en el momento, aquí y ahora, detectarlo como don gratuito, como momento de gracia. Experimentar la riqueza del encuentro siendo capaces de percibir en los demás una presencia trascendente. Por lo tanto, se trata de intentar tener una mirada que ve más allá, que mira en profundidad.
Caminar en la interioridad y en la espiritualidad nos pide momentos concretos de silencio. Consiste en una práctica que termina por convertirse en un hábito de escucha profunda. Es necesario ejercitarse, superando las dificultades que se presenten. Permitirse tener un espacio regular y constante para silenciarse, dejando fluir los pensamientos y sentimientos, sin ocuparse de ellos ni preocuparse. Y, en ese silencio, percibir la voz profunda de Dios presente en nuestro interior. Esa Voz la percibimos a veces como una fuerza, como una energía positiva, que nos alienta, y que, en muchas ocasiones, se siente como la brisa que apenas es perceptible, pero profundamente reconfortante (cf. 1Re 19,12).
Dios es presencia. En la espiritualidad que nos legó Marcelino, el tema de la presencia de Dios es central. Lo descubría en los acontecimientos, en cualquier lugar, en las dificultades, cuando oraba y cuando celebraba la Eucaristía con piedad y recogimiento. “El modo como el Padre Champagnat practicaba el ejercicio de la presencia de Dios, consistía en creer con fe viva y actualizada en Dios, presente en todo…” (Furet, 1989, p. 324) Y “le era tan fácil recogerse y mantenerse unido a Dios en las calles de París como en los bosques del Hermitage” (Furet, 1989, p. 325). Como él, estamos atentos a reconocer la presencia de Dios y a experimentar su amor en los acontecimientos de nuestra vida (C 45).
Vivir la autoridad como un servicio de liderazgo trae consigo momentos de gran alegría y satisfacción y, a la vez, situaciones difíciles que pueden afectar fácilmente al líder. Con frecuencia hay cargas emocionales fuertes, que se acumulan, y que pueden llegar a provocar un fuerte estado de estrés. En el caminar de la interioridad y espiritualidad, es importante para el líder identificar lo que percibe en el mundo emocional y sentimental. Significa acogerlo desde el silencio, sin juzgarlo, procesarlo y buscar armonizarlo. En ocasiones, quien se encuentra en un servicio de liderazgo puede fácilmente percibir que algo se dirige hacia su persona, cuando tan- tas veces se relaciona con el papel que desempeña. En este sentido, como parte del proceso de interioridad, es conveniente confrontarse con alguien que ayude a hacer una relectura de lo que sucede. Y así, no querer caminar solos, sino con el apoyo de los demás.
Uno de los puntos clave para conservar la paz y equilibrio interiores es la continua conciencia de sentirse enviado en la misión de liderazgo. Jesús se manifestó siempre consciente de ser enviado: “Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él”(Jn 8, 29); “El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz, y no hay impostura en él”(Jn 7,18). La continua referencia a quien nos envía nos permite vivir en sencillez, acoger mejor la propia vulnerabilidad y la de los demás, y reconocer que la verdadera fuerza viene de Alguien más, que es quien nos envía.
Vivir en armonía interior, en continuo contacto consigo mismo, sostenido por una sólida espiritualidad, permite al líder ser presencia serena y pacificadora entre los demás. Cuántas veces una mirada amable, una sonrisa, aún sin palabras, dice mucho a quien rodea al líder. Es una mirada que expresa una actitud de discípulo, sintiéndose en continuo aprendizaje desde la realidad misma, desde lo que observa en los demás. Sabemos que esto no puede improvisarse o fingirse, sino que es fruto de un proceso de continuo aprendizaje.
Leer el momento presente con vistas al futuro
Deja que la sabiduría de la Palabra de Dios ilumine tu vida personal, comunitaria y apostólica y te ayude a discernir los signos de los tiempos.
RV, 29)
Al inicio del XXII Capítulo general, dedicamos varios días para dialogar e imaginar sobre la trayectoria presente de diversas áreas de la realidad del mundo actual y pensar cómo evolucionarían de cara al futuro. Nos apoyábamos en algunos de los pasos de la “Teoría U” (Scharmer, 2016), la cual no intento describir aquí, sino atraer la atención sobre una de las etapas: presenciar (“presencing”).
Presenciar es una combinación de las palabras presencia y detección, es decir, un mayor estado de atención que permite a las personas y a los grupos cambiar el lugar interno desde el cual funcionan, intentar cambiar el comportamiento futuro y adoptar nuevos enfoques para los desafíos a los cuales se enfrentan. Requiere ver desde la fuente más profunda y convertirse en un vehículo para esa fuente. Cuando suspendemos y redirigimos nuestra atención, la percepción empieza a surgir desde un proceso vivo, conectado con el todo. Cuando presenciamos, nuestra percepción se mueve más allá, para surgir desde la posibilidad futura más elevada que conecta el yo y el todo. Presenciares ver desde el interior de la fuente de la que emerge la totalidad futura, mirando al presente desde el futuro, intentando descubrir quiénes somos realmente como servidores o administradores de lo que se necesita en el mundo y entonces actuar espontáneamente (Senge et al., 2004).
Recuerdo que, en esa fase del proceso, durante el Capítulo, se nos invitó a pasar una mañana en silencio, retiro y recolección. En ese tiempo buscábamos percibir y escuchar en el interior de nosotros mismos las llamadas de Dios, haciéndonos dos preguntas importantes con relación a nuestra presencia como Instituto en el mundo: ¿qué quiere Dios que seamos y qué quiere que hagamos? Se trataba de tener en cuenta los elementos del contexto que habíamos hablado en esos días, descubrir su significado y escuchar en lo profundo las posibles llamadas que sentíamos para responder en el futuro. Fue significativo el momento personal de silencio en el cual cada uno buscaba oír en su interior la voz y las llamadas de Dios. Importante fue el momento de diálogo donde cada uno se expresaba y nos escuchábamos con actitud de apertura. Y fue así que, en este proceso de silencio personal, diálogo y escucha, se identificaron las cinco llamadas, fruto de una reflexión colectiva.
Esta experiencia, basada en la fase del presenciar, puede aportarnos algo novedoso con relación al tema que nos ocupa. Deseamos vivir una presencia que percibe y lee el momento, buscando identificar su significado profundo y la llamada que de ahí se desprende hacia el futuro. En el momento de encuentro y diálogo personal o en grupo, a través de una escucha empática, es posible intentar leer en clave de presente y futuro aquello que percibimos.
Es una manera de leer los signos de los tiempos buscando entender lo que sucede, su significado y las llamadas que hay detrás. Desde inicios de marzo del año 2020 hemos vivido una coyuntura nada fácil para el mundo, debido a la pandemia del COVID-19. Esta situación de pandemia y de postpandemia, con todas sus consecuencias, nos mueve a utilizar claves de lectura en profundidad para discernir estos signos de los tiempos, buscando
descubrir la presencia de Dios en este contexto y, a la vez, preguntándonos sobre cómo podemos ser Su presencia en medio de todo lo que vivimos.
Conclusión: Presencia con rostro mariano
A lo largo de estas líneas, he querido presentar algunos elementos sobre la presencia relacionados con nuestra tradición marista y con nuestra experiencia. El caminar más importante que hacemos desde el servicio de liderazgo, es el que cada uno de nosotros realiza, en continuo aprendizaje, a partir de nuestras propias fuerzas y debilidades. El tema de la presencia toca nuestro ser y la manera de mostrarnos hacia los demás.
A lo largo de la historia marista, Marcelino, los hermanos y laicos, hemos contado y seguimos contando con la inspiración de María. Llevamos su nombre como invitación continua a imitar sus actitudes: “Buscamos en María inspiración y apoyo. Al acogerla en nuestra casa, aprendemos a amar a todos, para convertirnos en signos vivos de la ternura del Padre” (C 22).
Ella fue presencia educadora amable a lo largo de la vida de Jesús, sobre todo en su niñez. Fue presencia servidora con Isabel, permaneciendo con ella unos tres meses (Lc 1, 56). Cuando Jesús realizó su misión públicamente, María fue presencia discreta y silenciosa. En ocasiones, fue presencia activa y directa como en el caso de las bodas de Caná (Jn 2, 3-5). Fue pacificadora su manera de estar presente entre los discípulos, después de la muerte y resurrección de Jesús:
Como la primera comunidad en Pentecostés, reconocemos entre nosotros a María. Su presencia nos convoca a vivir la fraternidad marista y nos ayuda a comprender que formamos la comunidad de Jesús. En torno a Ella, vamos construyendo una Iglesia con rostro mariano. (C 35)
Queremos ser una presencia con rostro mariano. Contamos con la inspiración y la experiencia de tantos que así lo han vivido y lo viven actualmente. Que nuestra presencia como líderes, en la escuela, en la pastoral juvenil, en la comunidad, en nuestras familias, en la Provincia o Distrito, en el Instituto, sea un continuo reflejo de ese rostro mariano. Es nuestro don y nuestro compromiso al llevar el nombre de María.
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PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Qué experiencia personal has tenido sobre la pedagogía de la presencia?
2. ¿Qué elementos subrayarías con relación a la presencia y a la manera de llevarla a cabo como líderes?
3. Como directivo en una escuela, como docente, o en cualquier grupo en el cual prestas un servicio de liderazgo, ¿Cómo consideras la calidad de tu presencia?
4. ¿Qué habría que tener en cuenta para vivir un liderazgo servidor, cercano, compasivo y que, al mismo tiempo sea profético y capaz de desafiar?
5. Como líder, ¿a qué te sientes llamado personalmente en relación con este tema de la presencia?
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NOTA:
- Este capítulo está tomado del libro: "LIDERAZGO SERVICIAL Y PROFÉTICO", publicado por la Administración General Marista. Se lo recomiendo mucho, sobre todo a quienes sirven desde un puesto de liderazgo en las escuelas maristas.

LAS TRES VIOLETAS: HUMILDAD, SENCILLEZ Y MODESTIA
Todos conocemos las tres pequeñas violetas, pero ¿qué significan estas? ¿De dónde viene este símbolo?
Veamos en qué consiste este símbolo marista tan importante.
De hecho, la idea fue de Marcelino y ha formado parte de nuestra tradición marista desde los primeros días. Su propuesta era que los maristas fomentaran un tipo de discipulado cristiano fundamentado en tres actitudes espirituales básicas: la “humildad”, la “sencillez” y la “modestia”. Estas conforman la esencia de lo que significa ser Marista.
No es una novedad que eligiera la humildad como la primera de las tres. Desde los tiempos de los padres y madres del desierto, ésta ha sido siempre reconocida como la disposición más fundamental y principal para cualquiera que se tome en serio el progreso en la vida espiritual. Es reconocer a Dios como Dios. Es estar impresionados, verdaderamente dóciles, ante la inmensidad y la infinitud de Dios, la omnipotencia y el misterio insondable de Dios, la misericordia y la fidelidad inquebrantables de Dios. Es confiar en esto.
Los orgullosos no conocen a Dios – simplemente no pueden – los mojigatos, aquellos atrapados en su propio poder e importancia, aquellos ciegos y sordos, porque ellos mismos, no se permiten ver y escuchar. Las metáforas de la trayectoria espiritual a menudo usan términos como sed, hambre, anhelo, sequedad; es a Dios a quien buscan, pero lo más importante, saben que necesitan buscar. Bienaventurados los pobres de espíritu, es la primera línea de Jesús en Mateo 5, porque de ellos es el Reino de Dios.
La sencillez era más novedosa como actitud espiritual. San Francisco de Sales, una de las fuentes esenciales del desarrollo de la espiritualidad de Marcelino, fue alguien que enfatizó esto. Es ser uno mismo ante Dios: abierto, genuino, confiado, vulnerable. Esto no es esconder algo, fingir algo, enmascarar algo. Esto es no engañarse a uno mismo o presumir de engañar a Dios.
Es tener una relación ordenada con Dios, algo directo y transparente como cualquier relación genuinamente amorosa, una sin mucha exaltación, accesorios o pruebas. Sin secretos, sin juegos, sin agenda oculta. Es usar el lenguaje y los símbolos accesibles, incluso afectivos e íntimos. Algunos dirían que la sencillez es el rasgo esencial de los Maristas. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Y la modestia. Algunas personas tropiezan con esto porque lo confunden con falta de confianza en sí mismas o con poca autoestima. Nada podría ser más opuesto. La modestia se trata de tener un autoconcepto que sea lo suficientemente seguro y maduro como para no sentir la necesidad de entrometerse o imponerse al otro, no gritarlos con mi voz, hostigarlos con mi presencia, utilizarlos para satisfacer mis emociones, o usarlos para lograr mis fines.
Es preferible poner al otro en el centro, respetuosamente, desinteresadamente y no posesivamente. Es centrarse en los demás y no en uno mismo. Donde la humildad es reconocer a Dios como Dios, la modestia significa permitir que Dios sea Dios y que actúe en nuestras vidas como Dios. Es trabajar para aprender acerca de Dios, estar alerta a la presencia y al movimiento silencioso y sutil de Dios en nuestras vidas, y dejar que nos influya, incluso que nos transforme. Bienaventurados los mansos.
Uno de los mayores errores que los maristas han cometido – incluidos entre ellos, algunos de los primeros Hermanos de Marcelino -, fue pensar que la humildad, la sencillez y la modestia tenían algo que ver con comportamientos que reducían o disminuían la completa expresión humana de lo que cada uno de nosotros es como persona. Para nada.
Estos no son guías de comportamiento, sino más bien, actitudes espirituales. Y claro que si los alimentamos en nuestra vida de fe – en la forma en que nos acercamos a Dios -, es probable que se reflejen en nuestra pastoral. Es decir, nos acercaremos a los jóvenes y a nuestros compañeros, y a todos, del mismo modo como nos acercamos a Dios: con el respeto que proviene de la humildad, con la autenticidad que proviene de la sencillez, y con el deseo de dejarlos brillar, lo cual viene de nuestra modestia. Nos acercamos a ellos con un delantal, un lavatorio y una toalla. Para Amar y servir.
Para que un símbolo represente todo esto, Marcelino recurrió a las pequeñas flores que crecen silvestres en esa parte de Francia. Estas flores no son de las que gritan por su color, su tamaño o su olor: “¡Mírame! ¡Mírame!» No, son pequeñas, diminutas flores de color púrpura esparcidas en los campos verdes. Pero cuando se descubren, se puede ver que tienen su propia belleza, su propia integridad y su propia declaración silenciosa de quiénes son. Y como resultado, los campos son diferentes.
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H. Michael Green
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